La vida y la muerte. Carcastillo


LA VIDA Y LA MUERTE
A lo largo de la Historia, los pueblos se han posicionado de diferentes formas ante algo tan transcendental como es la pregunta: ¿De dónde venimos, a dónde vamos?.
Podríamos recorrer la Historia y ver las reacciones que han mostrado distintas personas ante esta pregunta. Unos se han enfrentado “estoicamente”, ante el problema de la muerte; otros, no han podido asimilarlo, y lo han solucionado a su manera; los hay que lo han asumido, aprendiendo del discurrir de la vida cotidiana.
Me gustaría exponer mi opinión, intentando recoger el sentir de la gente de mi pueblo, ( Carcastillo), a través de la Historia.


Parece ser que, aproximadamente, hacia el año 750 a. d. C., en toda la mitad meridional de Navarra, se extienden poblados organizados, ocupando cerros, a las orillas de los ríos, Aragón, Ega y Arga, junto a tierras de explotación cerealista y ganadera.
Amparo Castiella, en la revista de Arqueología nº 5 de nuestra provincia, señala que, en el Congosto, término de Carcastillo, existía un Poblado Medieval, sobre un asentamiento correspondiente a la Edad de Hierro I,( 750 al 500 a.d. C.). Se basa en la existencia de una cerámica que corresponde al material con que se hacían unas vasijas, que contenían las cenizas de los difuntos y que se entierran en el suelo, formando campos de urnas. ( Por cierto, este material de cerámica fue descubierto por Tomás Lecumberri, paisano nuestro, en sus trabajos de investigación histórica).
 

También había tumbas de personas con el ajuar de cerámica correspondiente. En el Museo de Navarra, hay una estela funeraria, dedicada a Porcius Félix, Carense de 70 años. Su procedencia, parece ser del término, en Carcastillo, del Poblado Romano, Oliva, donde, siglos más tarde, se construiría el Monasterio de este nombre.


Al lado de nuestra Iglesia Románica, de Transición, de Carcastillo, ( Siglo XII ), se encontraba el cementerio antiguo, como lo demuestra el topónimo “Animeta”(“ junto al cementerio”, ánima, en latín, alma)... En el ala derecha del altar, existían tumbas de personas concretas de nuestro pueblo, cuyas familias habían pedido permiso al Abad de la Oliva, como Sr. Administrador de la Iglesia de Carcastillo, desde el año de 1166, para poder enterrar a sus muertos, y tenían como obligación personal, cuidar la tumba de su difunto, mientras vivieran ellos. De hecho, hubo pleitos por conseguir sepulturas.

Si analizamos la forma de nuestros antepasados de encarar la muerte y enfrentarse a ella, haríamos las siguientes consideraciones: -
Afán de supervivencia. -
 Creencia en que su recuerdo va a seguir entre los suyos.
 - Esperanza de que su “´anima”(alma), va a seguir después de su muerte
. - Las tumbas, cenizas... se colocan en lugar seguro, o se esparcen en algún sitio especial, para mezclarlas con lo que tiene “vida”.
                                   Es curioso que, en Carcastillo, muy cerca de la Pila Bautismal, Románica, símbolo del nacimiento a la vida cristiana, se enterrase a la gente y se pelearan, incluso, por tener a su difunto en ese lugar.
Foto. Navarra M. Merindad de Tudela.(C. García Gainza y colab).
Sinceramente, creo que nuestros antepasados se dieron cuenta de que la vida y la muerte era algo con lo que les tocaba vivir todos los días, y, por ello, en su vida diaria, se enfrentaban a la muerte de la forma más natural, admitiéndolo como “sino del destino”. Eso sí, convencidos de que su espíritu iba a seguir vivo en su descendencia.
Es que la vida era más corta. Había que vivirla intensamente. Todo discurría alrededor de unas creencias inculcadas por sus antepasados, y que les daba todos los días la motivación para estar ilusionados y encontrarle sentido a la vida. No en vano, tenían al lado, un Monasterio del Cister que les hacía pensar e interrogarse acerca de la vida de aquellos monjes “contemplativos”, hombres como ellos, que dedicaban su vida entera a pensar en lo “transcendente”. A.V.L. ( 29-10-2000).

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