Instantánea veraniega. ( Agosto. 2.001). Carcastillo.
Son las 7´15 de la mañana. No hace falta despertador. La Naturaleza se encarga de despertar a uno. A través del balcón, semiabierto, empiezan a conjugarse el nítido resplandor del amanecer de un cielo límpido, con el trinar de las golondrinas, dulce y repetido, y su jugueteo constante, el sonido curruqueante de las palomas y el " parpar" de las cigüeñas de la torre de la Iglesia. Es como si alguien dirigiera, con maestría experta, esta aurora mañanera, al son del reloj de la campana de la torre.
Los más madrugadores, ya están haciendo su paseo matinal cotidiano. Tienen dónde elegir, Larrate, el Romeral, hacia la Punta de la Atalaya, el Prado, el Arbejar, la Presa, Arcaletes, Campo Redondo, Mugarria, camino del Mº de la Oliva, hacia Mélida, el Mosquete, el Saso, Cabras...
Siempre hay algo que ameniza la conversación mañanera. El Río Aragón, silencioso y tranquilo, con el dibujo sinuoso de sus meandros, la acequia molinar del estrecho, los estratos horizontales, al pie de Larrate, el pino Carrasco irregular, que se extiende, suavizando el rigor del clima, y dando sombra a los viandantes, el canal, con el agua fresca y limpia, las huertas, con sus árboles frutales acogedores, los maizales, altos y esbeltos, los girasoles lustrosos del sol de la mañana, la sombra del Mº del Cister, los viñedos extensos, repletos de racimos, con sus granos aún verdes y morados...
En el pueblo, la gente se despereza lentamente, siguiendo la rutina mañanera, la furgoneta del pan madrugador, la motocicleta del repartidor-a, el sonido inconfundible del pequeño camión utilitario, que, a la más mínima indicación, adivina las necesidades de los clientes habituales. Es un fluir constante de gente, que se desplaza a la carnicería , el supermercado, la ferretería.....El cruce de las carreteras, hacia Cáseda, Sádaba, es testigo de un devenir continuo de coches y camiones, que se entrecruzan, ante la mirada de las personas, que, poco a poco, se van incorporando, comentando las incidencias mañaneras.
Hacia mediodía, el pueblo va adquiriendo " vida". Es un continuo saludo de personas del pueblo, que están de vacaciones, y, entre " claro, sidra, " Azul y Garanza" y mini, las cuadrillas pasan un rato agradable, y, en cierto modo, imprescindible.
Por la tarde, en el café, no puede faltar la partida al " Guiñote", con la participación enriquecedora de los " ojeadores", que comentan las jugadas, al final de la partida, respetando, con su silencio, el protagonismo de los jugadores, salpicado con manifestaciones " espontáneas", de personas expertas en el juego, que intuyen que van a ser entendidos por su pareja.
Mientras, el Sol sigue calentando " de lo lindo", y juega con su amiga la sombra, en un contraste continuo, haciéndose constantes guiños, cuando pasa la gente, veloz y sudorosa. La tarde, en verano, es larga, hay tiempo para todo...En las piscinas, mientras los jóvenes se zambullen en el agua refrescantes, las mujeres charlan animadamente, o juegan " en corros" a la " Perejila"; un grupo de jóvenes " mayores" se recrean, enzarzados en una partida de " Mus", en la terraza del bar, saboreado una caña de cerveza. Los más valientes desafían al Sol, y juegan, en el frontón contiguo, un partido, con pelota de tenis, raqueta incluida.
El atardecer, con la retirada del Sol rojizo, muriendo en el horizonte, se agradece en el pueblo. Apetece dar un paseo vespertino hacia el Monasterio y entrar en la Iglesia Abacial, escuchar la Salve Regina y regresar de nuevo, pausadamente, por el nuevo paseo, disfrutando de la paz que se respira.
Las campanas de la iglesia de San Salvador, y sus compañeras, inseparables, desde hace años, del Monasterio, contribuyen, con su repiqueo, a amenizar el regreso. Tres cigüeñas aletean, alrededor de la Placeta del Pueblo, cogiendo posiciones, para posarse en el nido de la iglesia, en la esquina del tejado de la Casa Consistorial, y, en la torre, que fue " Finca de Montes Claros". Entretanto, va haciendo su aparición la luna, comenzando su turno, una vez que el astro Rey se ha retirado a descansar, después de hacer su trabajo vivificador correspondiente.
Por la noche, después de cenar, la gente se reúne en las terrazas de los bares, o, en los barrios, " a la fresca", comentando y saboreando lo que ha deparado el día, o se da un paseo hacia la fuente de San Juan, a deleitarse con el agua fresca y blanda, que sale de sus caños, este año un poco más escasa. A lo lejos, se atisba la luz de la linterna de algún labrador que está regando los maizales, en el silencio de la noche. A estas horas, el suave viento que se ha movido, anuncia una noche de sueño placentero.
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