Verano 2008





Carcastillo. Julio 2008-07-24

            A través de la luz que atraviesa la ventana de mi cuarto, se vislumbra el amanecer de un día veraniego. El cielo, azul y transparente, se pierde en lontananza, mientras el Sol  aparece con sus destellos, acariciando con sus rayos a la madre Naturaleza. Los girasoles se van abriendo, retorciéndose, buscando los rayos del Sol, desperezándose, dando un toque mágico, con su tinte colorista a su derredor. Los paseantes mañaneros aprovechan las primeras horas para andar unos kilómetros, contemplando el paisaje, a la vez que van comentando los incidentes del día anterior, la cosecha del año, todavía sin terminar de recoger, las próximas fiestas que se avecinan….Hay quien se detiene a recoger las pardas, que salen a pacer y calentarse con los rayos del sol,  para introducirlas en la bolsa de plástico, pensando en el calderete de conejo con caracoles, aderezado con tomillo y romero de la Bardena, que hará las delicias de los parientes y amigos que vienen a fiestas.
            Ese día nos decidimos  a recorrer los lugares más interesantes que circundan nuestra villa.   El Monasterio de la Oliva, donde vive la Comunidad de Benedictinos de la Estrecha Observancia, (Llámese Cistercienses). Todo respira silencio Todo invita al recogimiento, a conjugar la paz interior con el clima que se respira en su entorno. Nos adentramos, por el Claustro, con el pozo en el centro, y sus columnas y capiteles, que con sus figuras recuerdan y reflejan la vida de las gentes del contorno, sus trabajos, sus cultivos, de los siglos XIV y XV. Las paredes de piedra, colocadas por los canteros con su marca especial, en algunas de ellas. La Sala Capitular, donde se puede apreciar el capitel típico del arte Cisterciense, sencillo y liso en sus columnas, reflejo del tiempo en que se construyó, anterior a la Iglesia Grande del Monasterio.
            En el Claustro, dignos de reseñar, la cocina, el Refectorio antiguo, la sala de novicios, el Scriptorium, donde los Monjes amanuenses guardaban sus manuscritos, que se conservan en la Biblioteca del Monasterio, junto con los Anales de la Oliva y el Archivo.
            Sin olvidar la placa, en una de las paredes del Claustro, referente a D. Onofre Larumbe, uno de los mayores protectores del Monasterio Olivense, desde su cargo en el Monasterio y uno de los componentes de la Comisión de Monumentos artísticos  de la Diputación, que tanto contribuyó a la restauración del Monasterio, después de la vuelta de los Monjes  al Monasterio en el año 1926, 27 y ss.. Seguramente se estará alegrando al ver, hoy día, que la Restauración del Monasterio sigue, con las obras hechas del tejado y las de la fachada y torre de la portada de la iglesia.
            Entramos a la Iglesia Basílica, una de las perlas más valiosas, del Arte románico-cisterciense de Transición al Gótico. No hay duda de que , a nuestro parecer, es una de las más bellas representaciones de este arte en Europa y en el mundo. El contraste de colores, de luces y sombras, en los que juega un papel esencial el Sol naciente, al reflejarse en su interior, es una de las obras maestras, en las que el arte cisterciense ha sabido reflejar y conjugar el papel del Creador, que da vida a todo.
            Los altares laterales, con San Benito, San Bernardo… reflejan la dependencia de la Oliva del Monasterio de Scala Dei en Francia y  de San Benito, con su lema”Ora et Labora”. En el Altar mayor, la figura de la Virgen, evoca la devoción del Cister a la Virgen Nª Sª, como recuerdo de la Ermita que hubo de NªSª, en la que se le veneraba, posiblemente situada, en lo que hoy es la Iglesia de San Jesucristo, reflejada en el ábside de la Iglesia Basílica.( construida en los reinados de Sancho VI el Sabio y Su hijo Sancho VII el Fuerte; comenzada en 1164 y terminada en 1198).
            Antes de salir del Monasterio, en el patio central, a la izquierda, las celdas antiguas de los Monjes, y, debajo el refectorio actual; al frente el palacio del siglo XVII, con sus dependencias, y, a la derecha, la Hospedería.
            Detrás del ábside de la Iglesia Abacial, la huerta del Monasterio, donde trabajan, hoy día, algunos Monjes. Al lado, el edificio nuevo, a donde trasladaron su Residencia-Dormitorio los Frailes en el año 1975, más acondicionado a los nuevos tiempos, con su habitación particular individual, calefacción y baño incluidos.
           


A la salida, hacia Carcastillo, a la derecha, y, enfrente al edificio de la Bodega, una hermosa viña, lustrosa, donde el Sol se refleja en sus hojas, e impregna, en su savia , la energía necesaria , suavizando el camino hacia la madurez del fruto de la uva, para finales de Agosto-septiembre. Al otro lado del camino, se extiende un maizal, espeso y fecundo, que mantiene su frescura, gracias al riego proveniente de la Acequia Molinar del Río Aragón y del canal.
           



Atravesamos el Barranco de la Oliva, ( Barranco del Abejar, según indica el letrero, del Arbejar, según algunos expertos, del Arbejal en boca de muchos del pueblo), que arrastra el agua que procede de las lluvias, desagües de riego del Canal de Yesa, de los montes cercanos, desde Valtriguera, Arbejal, Encisa, atravesando la Oliva hacia el Aragón.
 Al llegar a la fuente de San Juan, no podemos menos, que bajar a refrescarnos, recordando los tiempos de nuestra niñez, saboreando el agua blanda laxante que sale de sus caños, en forma desigual, a pesar de que alguien nos advierte de las dudas sobre su potabilidad, pero nos arriesgamos, ya que el recuerdo  de antaño nos empuja a ello.
           
Nos desviamos , hacia la izquierda, hacia el Barrio Bajo, para contemplar, desde la ventana de una de las casas de  este bloque , original en su construcción y reciente, la gran explanada, desde donde se puede contemplar los campos y maizales extensos, hasta  el Mº de la  Oliva que se vislumbra en lontananza. A la derecha, las huertas, con toda clase de hortalizas, a cual más cuidada, comunicadas entre sí por carreteras de piedra, que facilitan la comunicación entre unas y otras, regadas por las aguas del Canal y del río Aragón , desde la fila “La Carrera”, Campo redondo etc. Todo ello, embellecido por las Casetas de campo, que facilitan un lugar para las herramientas y para el descanso en la jornada diaria.
 Cogemos de nuevo la carretera y nos dirigimos hacia nuestro querido y entrañable “Larrate”. Subimos el puerto , a través de sus sinuosas curvas, recreándonos del día maravilloso que hace que el sol juegue con su amiga la sombra, dentro de un paisaje enriquecido por el pino Carrasco Alepo, que, con sus formas caprichosas, suaviza los rayos del sol, e invita a sentarse, a la sombra, mientras saboreamos, (en el Km 36 de la Carretera a Cáseda, lugar inmemorial de reunión mañanera de los visitantes carcastillejos), un bocadillo de “ magras con tomate”, regado con vino tinto de la tierra.
             Seguimos el camino hasta el “Mirador” y tablón explicativo de la zona. La vista que se despliega ante nuestros ojos es reconfortante  y recreadora. A los lados, pinos, por doquier, en el llano y en las laderas que discurren hacia el cauce formado por el río Aragón, que, a lo largo del tiempo ha dibujado su silueta sinuosa , con sus curvas y meandros caprichosos, que juegan con las orillas y recrean el paisaje verde evocando los tiempos en que el río discurría, cerca del llano de Larrate, antes de adentrarse en la ladera y tocar fondo, como lo demuestra la gravera, formada por cantos rodados, ocasionados por los aluviones del río.
           
La presa, a distancia, aparece y nos muestra su cascada de agua, que nos recuerda el paso de las Almadías, que desde Salazar y Roncal, bajaban por el rio, hasta llegar, en algunos casos a Zaragoza..
 A una distancia prudencial, una central eléctrica, y la acequia molinar, paralela al río, que favoreció el riego de los campos de Carcastillo. La Oliva y Mélida, durante una buena parte de su historia, y  , no sólo el riego, sino la molienda del trigo y cereales, con la construcción de varios Molinos, que aprovechaban la fuerza del agua, como energía, a lo largo de la acequia molinar,. A estos molinos acudían los vecinos de Carcastillo y de los pueblos limítrofes; desde Sos y Castiliscar venía a moler a “las ruedas del Congosto”, como lo describe el “Libro del Becerro de la Oliva”. En el camino  a la Presa, en una de las curvas, antes de llegar a la tajadera de la acequia molinar, debajo del camino, se esconde la nave,  abovedada de piedra , de uno de estos molinos, cuya entrada está tapada por la hierba y maleza.
             De vuelta al pueblo, saludamos a los amigos, y nos dirigimos a Figarol, dejamos  a la izquierda, La Encisa, despoblado hoy, pero que tuvo su importancia en el siglo XII, y que nos recuerda la llegada de los primeros Monjes, mandados por San Bernardo, con el Abad Bertrando , a inspeccionar, pensamos, cuál era el lugar apropiado para fundar el Monasterio, que posteriormente se fundó y erigió en el lugar donde se encuentra ahora, en Carcastillo.
            Llegamos a Figarol, antes despoblado, y, posteriormente pueblo de Colonización. Asentado y construido sobre terrenos comunales y poblado por colonos, la mayoría de Carcastillo  y de los pueblos de los alrededores, con su Concejo, perteneciente , hoy día, al Ayto. de Carcastillo. Gracias al regadío, destaca por sus huertas, donde se cultiva toda clase de hortalizas, árboles frutales, cereal, maiz, alfalfa….
            Comemos en el albergue, casa rural, “Dos Haches” y nos
desplazamos a visitar y dar una vuelta por la muga de la Bardena y el principio de la Bardena Blanca.


 El calor aprieta con fuerza, junto al Monumento al Pastor de Loperena y, Chirimendía , junto a la cabaña de los Guardas, en el Paso, evocando la entrada del ganado trashumante de los valles de Salazar y Roncal en su llegada el día 18 de septiembre a los pastos de la Bardena.






Nos adentramos en la Bardena Blanca, hasta la cabaña de los cazadores. Junto a la cabaña, abierta una parte de ella, como mandan los cànones de la Bardena, un aljibe,( pozo ), con agua de la lluvia, almacenada durante el año, y fresca, con su cubierta protectora y su escalera de entrada , con su reja de hierro, bien conservado, de los que , apenas quedan muestra como este. En medio del campo, una cabaña semiderruida, que nos trae viejos recuerdos y la balsa abierta al sol, garante de la potabilidad del agua en tiempos pasados.
            Ha terminado ya la recogida de la cosecha, casi en su totalidad, como pudimos ver, incluso con la paja recogida de algunos campos, aunque atisbamos alguna que otra cosechadora por la Muga de la Bardena, adentrándose  en ella.
           
De vuelta al pueblo, nos detuvimos en La calle dedicada a D. Antonio Bergera, con la placa, dedicada a su nombre, en uno de los laterales de la Casa de Cultura, y la casa, recién pintada, donde tantos años vivió, por cierto, resplandeciente,  a los rayos del sol.
El atardecer se agradece en el pueblo  El sol, en el ocaso rojizo, va terminando su quehacer diario y se apresta a esconderse, en lontananza, dejando su turno a la luna que se dibuja ya en el horizonte. Son horas que se prestan a salir y hablar con los amigos, con tertulia ininterrumpida , saboreando en los bares los vinos de la tierra, las minis y alguna que otra sidra.. y preparando ya las fiestas que se avecinan.

Después de cenar, aprovechando la fresca, los vecinos se reunen a charlar un rato y comentar las incidencias del día, en una noche tranquila y apacible, mientras la luna sigue custodiando y alumbrando el cielo azul y despejado, mostrando su rostro sereno y relajado, al lado de las estrellas cigzagueantes, que recorren en el firmamento azul y diáfano su ruta marcada por la Madre naturaleza.
Poco a poco, la gente se retira a descansar, pensando en el nuevo día que se avecina.
                                  

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